[Meditación del Evangelio] 23 de septiembre 

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio: 

La cruz me confunde. No estoy habituado a ella. Pienso que no podré cargarla.
Cuando uno es pequeño, poco piensa en el dolor y el sufrimiento; pero la vida pronto le enseña en qué consiste. Y al mismo tiempo, incluso cuando uno es pequeño, ya tiene cierto sentido de sacrificio, de renuncia, de un optar entre esto en vez de aquello. Buscamos siempre lo mejor, y muchas veces somos conscientes que un camino estrecho promete más.

El problema surge, quizá, cuando salimos del mundo de la sencillez para entrar al mundo material. Entonces al hombre le enseñan poco a poco que «no se puede ser feliz si se sufre», que necesita disfrutar placeres para conocer la verdadera dicha. Las bienaventuranzas de Cristo quedan sumergidas en el vacío y se vuelven paradojas para todo hombre. ¿Los pobres pueden ser más felices que los ricos?, ¿los perseguidos más que los persecutores?, ¿los que tienen hambre y sed de justicia más que los indiferentes?, ¿los humillados más que los aclamados?… son ilusos a los ojos de muchos. A los ojos de Dios, grandes.

El camino estrecho, comprobado por la historia de tantos hombres, es aquél que trae el verdadero triunfo, la satisfacción real. Y qué camino más bello y al mismo tiempo más estrecho, que el de dar la propia vida. Es estrecho. Conlleva verdadero dolor. Pero «si no hubiese sufrimiento, no habría tampoco amor» diría en su tiempo el Cardenal Joseph Ratzinger.

El que quiera amar, aceptará sufrir. El uno conlleva el otro. Ése el misterio del hombre. Pero un hermoso misterio. Tú nos lo enseñaste. Era necesario que el Hijo del hombre sufriera mucho, que fuese rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, por los suyos y que fuese entregado a la muerte para que resucitase al tercer día.
Y lo aceptaste a pleno corazón. Quiero imitarte, Dios mío.

«Para mí, para ti… ¿Quién es Jesús para cada uno de nosotros? Estamos llamados a hacer de la respuesta de Pedro nuestra respuesta, profesando con gozo que Jesús es el Hijo de Dios, la Palabra eterna del Padre que se ha hecho hombre para redimir a la humanidad, derramando en ella la abundancia de la misericordia divina. El mundo tiene hoy más que nunca necesidad de Cristo, de su salvación, de su amor misericordioso.»
(Homilía de S.S. Francisco, 19 de junio de 2016).

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